..il gran desiderio d’un cuore inquieto è di possedere interminabilmente la creatura che ama e di poterla inoltrare, quando sia venuto il tempo dell’assenza, in un sonno senza sogni che non possa aver termine che col giorno del ricongiungimento.
Cuando
Alfredo Zitarrosa murió en Montevideo, su amigo Juceca subió con él
hasta los portones del Paraíso, por no dejarlo solo en esos trámites. Y cuando volvió, nos contó lo que había escuchado. San Pedro preguntó nombre, edad, oficio. --Cantor-- dijo Alfredo. El portero quiso saber: cantor de qué.
--Milongas-- dijo Alfredo. San Pedro no conocía. Lo picó la curiosidad, y mandó: --Cante. Y Alfredo cantó. Una milonga, dos, cien. San Pedro quería que aquello no acabara nunca. La voz de Alfredo, que tanto había hecho vibrar los suelos, estaba haciendo vibrar los cielos. Entonces Dios, que andaba por ahí pastoreando nubes, paró la oreja. Y ésa fue la única vez que Dios no supo quién era Dios.
Eduardo Galeano ya está
reponiéndose en su casa, luego de algunos días de internación en el
Hospital Británico de Montevideo. Cuando todavía estaba internado, llegó
con doble fractura Tony Pacheco, volante de Peñarol e ídolo de su
hinchada,
que fue alojado en el cuarto
contiguo al escritor uruguayo, amante del fútbol y fanático de Nacional.
Al despertar de su anestesia, Galeano vio inundados los pasillos del
hospital con hinchas de Peñarol con camisetas y banderas que esperaban
para saludar al jugador. El periodista Darwin Desbocatti relató por
radio que en ese momento el escritor gritó angustiado: “¡Estoy en el
infierno, estoy en el infierno!”. Al salir de la pesadilla, Galeano y el
futbolista intercambiaron libros: Galeano le regaló Los hijos de los
días y Pacheco, su autobiografía Simplemente Tony.